La amígdala cerebral de ciertos parlamentarios
- OPINIÓN - Por Alfredo Boccia
- 29 oct 2016
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Siempre me intrigó el poco respeto de sí mismo que tienen algunos corruptos que acceden a cargos públicos. Actúan como si no les importara lo que la gente opine de ellos, como si no tuvieran una familia avergonzada detrás.
Una cosa es cometer actos de corrupción apostando a que nadie se entere y otra es hacer algo vergonzoso a sabiendas de que la gente lo sabrá, se indignará y lo escrachará.
La recompensa debe ser enorme para justificar tanto escarnio. Seguro que usted recuerda a aquellos jueces de Pedro Juan Caballero que liberaron a un importante narcotraficante con argumentos ridículos. Sabían que habría un escándalo, que serían enviados al Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados y que perderían sus cargos. Pero en compensación, se quedaban con un dinero que superaba con creces lo que podrían ganar como jueces, con la jubilación incluida. Estos sinvergüenzas calcularon que, superada la tormenta, su desfachatez sería olvidada. En las sociedades con estándares morales laxos, eso suele ocurrir. ¿O acaso recuerda usted los apellidos de aquellos jueces?
En la política sucede lo mismo. La oferta indecente apunta a un target específico. Por ejemplo, parlamentarios con líos judiciales, sin posibilidades de reelección, con apremios económicos, o –lo es más común– con un perfil de badulaques. Es decir, políticos que tienen poco que perder, que ya se han vendido antes y que no tienen mucha reputación que cuidar.
Dije que el tema me intriga. Por eso lo investigué. Un artículo de la revista Nature Neuroscience, titulado El Cerebro se adapta a la deshonestidad, muestra los resultados de un creativo estudio de imágenes obtenidas con resonancia magnética funcional. Hay una pequeña estructura del cerebro profundo llamada amígdala cerebral que procesa todo lo relativo a nuestras reacciones emocionales, como la rabia o el miedo.
La misma registra señales intensas cuando los participantes del experimento cometen sus primeros actos deshonestos, pero la respuesta se va apagando con la repetición de los mismos.
Pero la cuestión no es solo individual. La revista Forbes comentó los resultados de otro estudio, en que se analizó el comportamiento de miles de diplomáticos del mundo que estacionaban sus autos en Nueva York. Las multas por mal estacionamiento se correspondían notablemente con los índices de corrupción mundial de la organización Transparencia Internacional. Los diplomáticos que provenían de países con alta corrupción violaban con mayor frecuencia las normas de tránsito fuera de sus países de origen.
En resumen, los parlamentarios que venden sus votos tienen dos problemas. Uno, con sus amígdalas cerebrales y, otro, con el hecho de vivir en un país que no los castiga como se merecen.
Fuente: www.ultimahora.com/