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A 90 años del exilio del Mariscal Estigarribia en Uruguay

  • Por Lic. Federico Perazza
  • 28 nov 2016
  • 3 Min. de lectura

A lo largo de toda su vida independiente Uruguay y Paraguay han dado numerosas muestras de acercamiento y genuino afecto, no obstante el trágico desenlace de la Guerra Grande. Entre esos gestos de hermandad que han jalonado la historia de orientales y paraguayos se destaca el exilio del Mariscal Estigarribia en el Uruguay, hace 90 años.


Eran tiempos muy particulares para el Paraguay, la región y el mundo. El año 1936 se iniciaba con la Revolución Febrerista que pondría a Rafael Franco en la presidencia, determinaba el encarcelamiento de Estigarribia y el posterior exilio en Argentina y fundamentalmente en Uruguay. El militarismo se instalaba en el Paraguay (y se proyectaría por varias décadas) mientras que la comunidad internacional transitaba decididamente a una nueva Guerra Mundial.


Es en este contexto que se inicia el exilio de Estigarribia que encuentra en Uruguay un país que lo recibía de brazos abiertos. El Gobierno del entonces Presidente interino uruguayo Gabriel Terra explicitaba su deseo amistoso en los siguientes términos: “Hay que hacer gestiones para que venga y decirle que se le dará tratamiento no de un desterrado, sino el que merece por lo que es, la primer Espada del Continente”.


Uruguay estaba pues, determinado a recibir en su territorio al héroe de la Guerra del Chaco, quizás como una forma de contribuir a saldar en su persona la deuda inextinguible que los orientales tenemos con ese Paraguay de brazos abiertos a Artigas o bien simplemente por experimentar la vergüenza de que esa “primera Espada del Continente” que había conducido a su país a la defensa del Chaco, no encontrara en América un refugio digno de su jerarquía.


El 23 de diciembre de 1936 el Poder Ejecutivo uruguayo le concedía una partida equivalente a un sueldo de General y una casa en Montevideo en la que vivió la mayor parte de su exilio, austeramente y con su familia.


Asimismo, el presidente Terra lo honraba con una cátedra en la Escuela Superior de Guerra del Uruguay. Allí volcaría su vasta experiencia en el Ejército Nacional paraguayo, lo que dejó su formación en la École Supérieure de Guerre de Paris, su participación en la campaña militar en Marruecos al mando del Mariscal Louis Lyautey y, fundamentalmente, la estrategia militar desplegada en la Guerra del Chaco. Ilustró a oficiales uruguayos con su concepción estratégica sobre la guerra de movimiento, la importancia de una adecuada logística (especialmente la que aseguraba el agua), la concentración sorpresiva de fuerzas, el pasaje de la defensiva a la ofensiva y un profundo y cabal conocimiento del enemigo y el terreno de operaciones (esencial en un inhóspito territorio como el Chaco paraguayo).


Y fue también en Uruguay donde pronunciaría su célebre discurso en 1936, presentándose –ante todo– como un hombre de paz. “No niego que soy hombre de paz, porque mi profesión me habilita a conocer mejor los horrores de la guerra...”. Y continuaba “No os extrañéis, pues, de que el paraguayo que tuvo el honor de estar en la cabeza del Ejército de su patria en la última de esas dos contiendas os hable de la paz como el ideal más alto al que debemos todos aspirar...”.


Su formación francesa y su rechazo a las doctrinas autoritarias que venían gestándose en una Europa que padecía las duras condiciones de paz impuestas en el Tratado de Versalles y la Gran Depresión, adelantaban inequívocamente su postura firme de defensa de los valores occidentales. Decía el héroe del Chaco: “América se hizo libre en la aurora de la democracia liberal, y gracias a ella y en ella tiene su hábitat político social y la garantía de su porvenir. Si suprimimos de nuestra América el imperio de la libertad con la implantación de cualquiera de las tendencias extremas en pugna en nuestros días, habremos suprimido la mejor coraza de respeto que la tuvo”.


Hace 90 años Uruguay quiso reconocer en vida a esta personalidad política, estadista, estratega y uno de los hombres imprescindibles para entender la soberanía del Paraguay. Ya de regreso en Asunción en 1938 Estigarribia en una carta a su amigo Eduardo Víctor Haedo (Presidente del Consejo Nacional de Gobierno de Uruguay 1961 – 1962) se despedía enfatizando “el honor de mi doble nacionalidad: paraguayo de nacimiento y uruguayo de corazón”.


Embajador del Uruguay en el Paraguay


Comentario


Rafael Luis Franco:

No hubo tal exilio, fue un autoexilio. A JFE el gobierno de Franco, inclusive, le otorgó una pensión acorde a su graduación de general, eso sí le quitó los 1.500 pesos oro mensuales que le había otorgado el régimen liberal, que era un escándalo y había causado indignación general, más porque JFE la había aceptado. Eusebio Ayala también se autoexilió, ninguno fue echado. En Uruguay, sus amigos masones lograron que el Congreso le otorgara un excelente sueldo, además de pasarla en los mejores hoteles de Bs. As. Inclusive, estando en la city porteña los delegados paraguayos a la Conferencia de Paz y Límites le solicitaron su colaboración a la que JFE se negó.


Fuente: www.abc.com.py/




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