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Ecos de un pasado tenebroso

  • Editorial, diario 5días,Py
  • 9 ene 2017
  • 2 Min. de lectura

Es penoso comprobar que las prácticas de un pasado aún demasiado reciente vuelven y se apoltronan en el presente de la mano de funcionarios públicos de jerarquía


Estas declaraciones las hizo el ministro de Salud Pública a la emisora 780 AM: “La planilla (pro enmienda) es de circulación libre. No existe ninguna prohibición ni obligación para que los funcionarios firmen. Todo eso que se está generando son nada más que comentarios de algunas personas que están en contra de la posibilidad que la gente decida”. Nobleza obliga. Adán Godoy Giménez o Sabino Augusto Montanaro (integrantes del célebre “cuatrinomio de oro”) habrían sido más directos y dicho, por ejemplo, que “todo eso que se está generando es obra de la oposición legionaria capitaneada por el viborezno entregador del Chaco, el barbudo tenebroso y el checo esperpento”. O algo peor. Por lo demás, el ministro actual competiría con ventaja con cualquiera de aquellos cultores del estronismo puro y duro.


Ejercer un cargo jerárquico bajo consigna (ser fiel al único líder hasta las últimas consecuencias) entierra al ciudadano y mediatiza al funcionario en el sentido que le da la RAE a la palabra mediatizar: Intervenir dificultando o impidiendo la libertad de acción de una persona o institución en el ejercicio de sus actividades o funciones.


Esto le está pasando al ministro de Salud y vemos que el fenómeno se extiende a otros ministros del gabinete de Horacio Cartes. ¿Alguno de ellos leyó la ley 1626 del 2000 de la función pública? Les refrescamos algunas de sus disposiciones. En el artículo 60, inciso a, establece las siguientes prohibiciones a los funcionarios públicos: a) Utilizar la autoridad o influencia que pudiera tener a través del cargo, o la que se derive por influencia de terceras personas para ejercer presión sobre la conducta de sus subordinados; b) Trabajar en la organización o administración de actividades políticas en las dependencias del Estado; c) Usar la autoridad que provenga de su cargo para influir o afectar el resultado de alguna elección, cualquiera sea su naturaleza.


Como dicen en las redes sociales: ¿Está claro o hay que hacerles un dibujito?


Aquello de que “las planillas circulan libremente” y de que “nadie está obligado a firmarlas” es una falacia tan imbécil como contumaz. ¿Quién se animaría, entre los funcionarios, a negar su firma en medio de una oficina llena de ojos y oídos –hoy, microcámaras- del gran hermano omnipresente? Cuando la maniobra política viene tan pesada como la actual a favor de imponer la reelección de este Gobierno, ni los ministros serían capaces de negarse a estampar en ella su firma. Si esto no se parece cada vez más a un estado policíaco digno de Alfredo Stroessner, qué podría serlo. Mientras tanto, la ley es ignorada una vez más, y la función pública en la que todos querríamos confiar, revolcada por el fango del sectarismo. Lástima. Tendremos que empezar de nuevo.


Fuente: www.5dias.com.py/


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