Perdiendo el tiempo
- R Itape
- 1 jun 2017
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En economía, y sobre todo cuando se piensa a escala nacional, existen mil y una maneras de perder el tiempo. Cuando el que lo pierde es una persona individual o un grupo de ellas, el daño se reduce. Pero cuando la pérdida de tiempo involucra una gestión de Estado, la cosa adquiere otro cariz y entonces hay que hablar no sólo de pérdida de tiempo sino también de recursos económicos y de gestión pública, ambos muy caros y de difícil reposición. Leímos que una organización campesina quiere reactivar el cultivo del algodón y que para ello, una de sus líderes expresó (sic) “nosotros vamos a exigir (la variedad IAN 425), porque necesitamos recuperar esa producción.
La semilla debe ser la que el campesinado conoce muy bien y no la transgénica”. La exigencia iba dirigida al Ministro de Agricultura y Ganadería quien se comprometió a buscar la semilla solicitada y “que, de haberla, será distribuida”. Imposible encontrar una combinación más perfecta para el fracaso. La semilla IAN 425 ya está de salida en cuanto a su capacidad germinativa.
Hace exactamente siete años, un experto del entonces Instituto Agronómico Nacional -hoy Centro de Investigación Hernando Bertoni- explicaba que una variedad cualquiera tiene una vida útil de 10 o 12 años y que antes de cumplirse ese tope debe ser reemplazada. De manera que la tal variedad, exigida por los campesinos, ya no debe existir y si existe, su eficiencia genética debe ser mínima.
El ministro, antes de informarse debidamente y aconsejar apropiadamente a los dirigentes campesinos, se apresuró a prometer algo inútil, sin valor alguno desde el punto de vista productivo. La conversación tuvo el típico tono político de quien trata de salirse del paso con cualquier recurso del momento. Gran parte de la explicación de la debacle de la producción algodonera nacional radica en la creencia de muchos núcleos de productores de que una semilla es para siempre.
La dirigente campesina especificó que exigía “la (semilla) que el campesinado conoce muy bien” y remató con un rotundo: “no la transgénica”. De manera que allí se combinan en forma letal un total desconocimiento del comportamiento evolutivo de las plantas y una visión malévolamente ideologizada de la biotecnología y de los organismos genéticamente mejorados.
Se entiende que un productor pequeño, con escasos conocimientos tecnológicos, se resista a incorporar innovación. Pero es inaceptable que un ministro sea incapaz de parar la pelota por un par de minutos, sentarse a hablar con aquellos a quienes tiene la obligación de asistir y hacer un poco de docencia para abrir mentes cerradas al cambio por décadas, y aun siglos, de abandono. El resultado es el que comentamos: ambos, campesino y ministro, perdiendo en forma miserable el tiempo y que, cuando el fracaso corone una vez más un esfuerzo fallido, se pondrán juntos a buscar responsables en donde no están. Una viejísima formula que lleva directamente a callejones sin salida y a la desesperanza.
Fuente: www.5dias.com.py/