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El reino de la coima

  • Foto del escritor: R Itape
    R Itape
  • 13 jun 2017
  • 2 Min. de lectura


Siempre se dice que la corrupción “es un tango que se baila de a dos”. La pregunta que cabe es quién fue primero, el corrupto o el corruptor. En el mejor de los mundos posibles, podríamos inferir que nadie anda por el mundo pagando sumas de dinero sin que alguien se las pida expresamente o se “ponga a tiro para el arreglo”. Cae de maduro que el corruptor ha debido allanarse a las exigencias ilegales de algún funcionario con mucho poder de decisión y que está en condiciones de frenar o liberar alguna iniciativa en el ámbito público.


En todo el mundo, los códigos penales describen la coima como un delito conformado por una parte por el cohecho pasivo, que es el que protagoniza el funcionario público, el cual a su vez no puede existir si previamente no se produce el cohecho activo, es decir, sin que alguien ofrezca o prometa algo a cambio de actos administrativos impropios que favorezcan al corruptor. Y luego está el cohecho pasivo agravado, que se perfecciona cuando es el funcionario el que toma la iniciativa de exigir un pago ilícito por algún servicio inapropiado. La obra pública es, aquí y en todas partes, el reino de la coima por excelencia. Los súper escándalos que se están destapando en serie en Brasil han encendido luces en toda Latinoamérica, tan ramificados estaban y aparentemente tan camuflados.


Prácticamente todas las empresas transnacionales dedicadas a obras de infraestructura tienen legajos sucios que abundan en cancelaciones de llamados a licitación, anulación de contratos de construcción u operación, supervisiones técnicas negativas, juicios ejecutivos por incumplimiento de contratos y hasta causas penales por sospechas de actos impropios en complicidad con autoridades venales. No existe país, de México hacia el sur, que no tenga en curso tres o cuatro grandes procesos administrativos o judiciales que involucran a empresas mastodónticas que han estado transfiriendo sumas fabulosas a funcionarios de alto rango, políticos y legisladores con el fin de acaparar grandes obras de infraestructura.


La generalización de esta práctica ha llevado a suponer que sin pago de coimas se hace difícil, casi imposible, arrancar con aquellos emprendimientos de gran envergadura. La que parece merecer el título de “emperatriz de la coima” sería Odebrecht, una megaempresa de la construcción que en Brasil y otros 11 países –según investigación del Departamento de Justicia de EEUU- distribuyó coimas por más de US$ 780 millones para quedarse con obras que reportaron a la empresa más de US$ 3.000 millones de utilidades, tanto para la empresa como para sus “asociados” en negro.


Las prácticas ilegales de Odebrecht han quedado expuestas a la luz. Pero nada se sabe de otras grandes compañías de la industria y los servicios del primer mundo que tienen en sus presupuestos partidas presupuestarias destinadas a “gastos especiales” para correr con ventaja en todas las licitaciones. El reino de la coima no está limitado territorialmente. Su espacio es el mundo entero y para acabarlo haría falta una guerra mundial en la que las armas principales sean la ley y la decencia en la administración de la cosa pública. Casi nada.


Fuente: www.5dias.com.py/


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