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Legado

  • OPINIÓN - Prof. Dr. Benjamín Fernandez Bogado
  • 5 sept 2017
  • 3 Min. de lectura

Es lo que queda después de pasar por una institución, por un trabajo, por una vida o por una presidencia. Es como pretenden que se los recuerden. Es dejar una huella por la que deban desandar otros que mejoren los senderos del futuro. Cartes cumple cuatro años de gestión el próximo 15 de agosto y en ocho meses dejará de ser de hecho el presidente de la República.


Después del 22 de abril, todos se enfocarán hacia el electo y el tiempo más doloroso lo vivirá preparando las valijas para el retorno a una vida normal, donde sentirá más de cerca todas las ingratitudes humanas que en grandes cantidades sabe muy bien acumular la política. Su legado es lo que quedará después del arqueo de caja, del debe y el haber de un periodo signado de muchas esperanzas y varias frustraciones.


La primera referencia será lo acontecido en marzo y abril de este año. El abierto deseo de violar la Constitución por el camino de la enmienda reeleccionaria y la muerte del joven Quintana lo acompañarán de por vida. Será un pesado lastre desde el que se le juzgará su paso por la presidencia. Queda también la imagen de un hombre que buscó ser amado desde el cargo menos indicado en las formas habituales de su ejercicio de lograrlo.


Se mantuvo distante de la gente y como todos los políticos se concluirá que no amó al pueblo mayoritario del país, que es el único objeto y sujeto de la acción presidencial. Nunca se entremezcló con la gente y esa distancia marcará la manera como su legado quedará en la impresión de los que todavía tendrán algo de memoria.


Así como Lucho González fue la incompetencia y la adipsia; Nicanor, la insolencia y la soberbia osadía, o Lugo, la irresponsabilidad y haraganería obispal, Cartes será recordado como el hombre que buscó ser amado sin darse cuenta de que solo uno puede recibir aquello que da. La impresión de un pobre hombre rico que puede determinar incluso quién se afilia a un partido político o no –como el caso de Peña y Lea Giménez– y que despreció abiertamente a los políticos que lo llevaron al poder al punto de ser tratados todos como meretrices de alquiler, nos demuestra cómo y qué entendió por el concepto del poder.


Quiso modernizar el país aumentando su nivel de endeudamiento, pero se aplazó grandemente en sus niveles de gestión. Ejecuciones bajísimas del presupuesto, pago de intereses por créditos ya entregados y un gobierno paralelo integrado por sus gerentes que postró en la inercia a sus ministros, de lejos los que menos tuvieron trascendencia e importancia en algún gobierno democrático del país.


Graves retrocesos en la lucha contra la pobreza, el último lugar en educación de los países del mundo rankeados por el Foro Económico Mundial y pobre gestión en materia de salud culminan un cuadro de decepciones, incluso para el más optimista de sus colaboradores más cercanos.


Trajo el dinero como factor central de una pobre y servil política paraguaya. Le sacó toda idea o entusiasmo al tiempo de reducir la acción al cuánto valés o cuándo te compro. Desnudó la pobreza moral y ética de muchos de nuestros políticos y los que se salvaron de su transacción dio a entender que fue solo porque no llegaron al número de su correspondencia.


Agotó la mística y olvidó la ideología. El Partido Colorado pasó a ser secuestrado por el dinero como alguna vez vivió en el cautiverio del tirano Stroessner. Dentro de menos de nueve meses, el país habrá parido un nuevo presidente. Veremos cuánto de este legado permanece hacia el futuro y cuánto resulta en el olvido, acaso la única manera en que algunos ciudadanos ejercen su civismo. Ese será su legado.


Fuente: www.ultimahora.com/


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